El absurdo emocional
Bruno Marcos
Al final uno no es tan uno como pensaba. De pronto algún absurdo de los que ordenan nuestras vidas cambia y estás ahí, como si no fueras nadie, soltado de todos los hilos que te mantenían como una marioneta feliz. Y así acabas por encontrar a los desconocidos familiares, como si llevases años con ellos, toda la vida. Lo que reside de clásico, de esencial, en la gente aflora para cobijarte allá donde estés, mostrando a la vez que no eres nada, que hay tantos como tú...
Tengo un hijo y cada semana me tengo que olvidar de él para soportar estar sin él. Es como si estuviera en el tercer grado penitenciario. A veces creo que en este país ponen las cosas más fáciles para asesinar a alguien que para ser padre. A todos los hijos de puta del mundo les debe dar igual, la deshumanización forma parte de nuestro confort existencial. A menudo veo en el televisor, incluso, la cara de algunos de ellos que han enviado aviones contra territorios donde sabían que iban a morir bebés como el mío. ¡Qué ingenuidad, a estas alturas de la historia, sentir compasión por nadie!
Pero no nos engañemos, esos hijos de puta son los mismos que nos cruzamos a diario, todos en la mediada de sus posibilidades, a veces disfrazados de hombres clásicos o esenciales.
La cortesía universal hace soportable la putrefacción como un maquillaje aislante. Es lo que hay. Mientras tanto yo camino como si no tuviera otra cosa que hacer que sentir como pasa el tiempo en el absurdo, en un absurdo emocional*, para notar como me atraviesa hasta sentir que yo mismo soy también absurdo.
*Probablemente sólo los seres emocionales pueden percibir el absurdo cuando este se presenta mientras que para los demás es transparente.
Al final uno no es tan uno como pensaba. De pronto algún absurdo de los que ordenan nuestras vidas cambia y estás ahí, como si no fueras nadie, soltado de todos los hilos que te mantenían como una marioneta feliz. Y así acabas por encontrar a los desconocidos familiares, como si llevases años con ellos, toda la vida. Lo que reside de clásico, de esencial, en la gente aflora para cobijarte allá donde estés, mostrando a la vez que no eres nada, que hay tantos como tú...
Tengo un hijo y cada semana me tengo que olvidar de él para soportar estar sin él. Es como si estuviera en el tercer grado penitenciario. A veces creo que en este país ponen las cosas más fáciles para asesinar a alguien que para ser padre. A todos los hijos de puta del mundo les debe dar igual, la deshumanización forma parte de nuestro confort existencial. A menudo veo en el televisor, incluso, la cara de algunos de ellos que han enviado aviones contra territorios donde sabían que iban a morir bebés como el mío. ¡Qué ingenuidad, a estas alturas de la historia, sentir compasión por nadie!
Pero no nos engañemos, esos hijos de puta son los mismos que nos cruzamos a diario, todos en la mediada de sus posibilidades, a veces disfrazados de hombres clásicos o esenciales.
La cortesía universal hace soportable la putrefacción como un maquillaje aislante. Es lo que hay. Mientras tanto yo camino como si no tuviera otra cosa que hacer que sentir como pasa el tiempo en el absurdo, en un absurdo emocional*, para notar como me atraviesa hasta sentir que yo mismo soy también absurdo.
*Probablemente sólo los seres emocionales pueden percibir el absurdo cuando este se presenta mientras que para los demás es transparente.
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